miércoles, 28 de diciembre de 2011

OTRO CUENTO DE NAVIDAD



He encontrado este otro cuento de Navidad. Creo que viene muy bien en estas fechas en las que podemos caer en la tentación del consumismo. Los regalos están muy bién, pero son eso: un detalle de cariño de los que nos rodean.


El Belén de mi casa, bueno, el Portal.


"Llegaba la Navidad y mamá quiso contar a los niños su novela favorita, Canción de Navidad, de Dickens. Como no halló una versión para su edad, decidió intentarlo con un álbum ilustrado. Se fijó en sus imágenes y las utilizó para contarles un cuento. Trataba de un señor muy tacaño, muy tacaño, que no quería dejar a nadie sus cosas ni su dinero. Ni por todos los besos del mundo hubiera ayudado a nadie que lo necesitara. Resulta que la noche de Navidad, tuvo un sueño que le hizo ver cómo le odiaban todos por su avaricia y no le gustó lo que vio. Así que decidió cambiar… Andaban los niños pensando en aquella historia cuando Inés dijo a su madre,

- Mami, ese señor “escuch” es tan egoísta como Néstor, porque nunca me deja sus muñecos

- ¡No es verdad! – replicó el pequeño – yo sí te dejo algún muñeco

- ¡Anda! Claro, cuando me devuelves los que te dejé yo antes. ¡Vaya cara!

Era cierto, el pequeño Néstor era tremendamente egoísta. Nunca dejaba nada a su hermana y mucho menos llevaba nada al colegio que sus amigos pudieran pedirle, porque no hubiera soportado tenerlo que dejar. Lo cierto es que, amigos, lo que se dice amigos, casi no tenía. Nadie quería compartir juegos con alguien que no sabe lo que eso significa. Néstor pensaba que la razón era que tenía poder sobre los demás y que todos le tenían miedo, pero en absoluto era esa la razón… El caso es que tampoco nadie se atrevía a contarle lo que pensaban de él.

Inés, su hermana mayor, estaba harta de aquella situación y de las continuas peleas y negociaciones en que se convertían sus tardes juntos en casa. Inés no dejaba de contárselo a su buena amiga Elia, que le servía para desahogarse fuera de casa. Elia era la segunda hermana de una familia de tres hijos y se sentía en cierto modo identificada con la actitud de Néstor. También ella había sido la pequeña, también a ella se lo habían dado todo, tampoco ella había visto la necesidad de compartir. Pero había un momento en que había cambiado y por supuesto valía la pena. Como era una niña muy valiente y no tenía vergüenza con el pequeño Néstor, le dijo a Inés que no se preocupara.

- Yo sé Inés que no quieres herir los sentimientos de tu hermano, porque le quieres mucho. Quizás si le dices cómo es se enemistará contigo para siempre. Déjamelo a mi. – y ni corta ni perezosa se acercó a Néstor para decirle – Mira Néstor, sé lo que te ocurre, porque me recuerdas a mí hace pocos años. Te estás convirtiendo en un egoísta y al final perderás a los pocos amigos que se atrevan a jugar contigo.

- ¡Pero qué dices Elia!  A ti lo que te pasa es que me tienes envidia porque paso más horas con Inés que tú y te gustaría que fuera tu hermana. Pues que sepas, que no te la daré nunca, ni por todo el oro del mundo!

Era imposible que Néstor reaccionara… o eso parecía. Aunque aquellas palabras de la valiente Elia, habían llegado más hondo… El  pequeño Néstor le dio vueltas y vueltas, vueltas y vueltas, hasta que cayó rendido en la cama. Y empezó a soñar. Era la noche de Navidad.

Aquél sueño le pareció diferente. Se encontró en una habitación oscura, muy oscura. De pronto, una luz cegó su vista y cuando pudo abrir de nuevo los ojos tenía ante si su enorme Ave de Mil Colores. – Vamos pequeño, sube a mi lomo, tenemos mucho trabajo y muy poco tiempo – dijo el Ave en tono muy severo.

 


- ¿Cuál será hoy nuestra aventura? ¿Dónde está Inés?

- Hoy no te gustará lo que verás y tu hermana, hoy, no viene.

Volaron más allá de las nubes y volvieron al punto de partida. En un descenso rápido y seco. Néstor no entendía para qué tanta prisa si volvían de nuevo ya a su casa.

- Sí volvemos a tu casa Néstor, pero en otro momento y otro tiempo. ¿Qué reconoces?

- Esa es mi hermana Inés. ¡Ah! y ahí están mamá y papá. ¿Y por qué mamá tiene la barriga tan gorda?

- Tú estás dentro. Escucha, escucha:

Oyeron una conversación de Inés con sus papás, donde la niña decía – Mamá, papá, he decidido que sí quiero tener un hermanito y que lo cuidaré y lo querré siempre, siempre, siempre.

- Nos alegramos mucho Inés, esperamos que merezca tu amor.

El Ave cerró los ojos de Néstor, se oyó un zumbido y le apartó el ala de su rostro para que pudiera ver de nuevo. Parecía que había algo diferente, había pasado el tiempo y ahora la escena tenía un personaje más. Néstor, el bebé, ya había nacido. Todos estaban a su alrededor y le sonrerían. Mamá y papá dejaron al pequeño Néstor en su cunita y se fueron a hacer sus tareas. Inés se quedó mirándolo, le puso su osito preferido a su lado y le dijo estas palabras: – mi bebé hermanito Néstor, te querré, te cuidaré y te protegeré, siempre, siempre, siempre. Aquí tienes mi muñeco, para que sea tu primer amigo.

En la cocina se oía los padres hablar y Néstor alcanzó sus palabras: – Que suerte hemos tenido con Inés y Néstor. Ella le quiere de verdad, sin envidia, sin miedo, sin dolor. Parece que de verdad está convencida en cuidarlo y enseñarle tanto como se deje… ojalá Néstor le corresponda -.

El pequeño Néstor no supo qué decir.

El Ave le puso de nuevo en el lomo y le hizo nuevamente subir y bajar. Ascenso y descenso. Rápido y conciso. Volvieron a la escena anterior, pero ahora Inés y Néstor tenían la edad actual. Inés le pedía a Néstor un muñeco y el niño se negaba a dejárselo. Ella le decía que daba igual, que jugaría con otra cosa. En la cama de Néstor estaban todos los muñecos, incluso aquél que su hermanita dejó en su cuna aquellos primeros días en señal de amor.

La siguiente escena que presenciaba Néstor era en el colegio de su hermana. Tuvo oportunidad de escuchar una conversación de Elia e Inés:

- A veces me muerdo la lengua para no pegarle un grito – decía la hermana – es que no me deja nada nunca. Si yo lo único que quiero es que juguemos juntos. Si dónde lo voy a llevar viviendo en la misma casa. No quiero quitarle nada, sólo quiero jugar con él. Pero es imposible que sepa lo que quiere decir compartir.

- No te preocupes Inés. Cambiará – contestó Elia – Yo era así y cambié

- ¿Qué hizo que cambiaras?

- Me preocupaba más perder a mi hermana mayor que cualquier juguete que pudiera existir. Cambiará, ya verás – Elia estaba convencida

Lo último que pudo ver Néstor antes de emprender el vuelo fue una  lágrima silenciosa en el rostro de su hermana.

El vuelo les llevó a un entorno nuevo, o más bien diferente. Era su colegio infantil – hay que decir que Néstor estaba en el último año de su aprendizaje infantil y al año siguiente entraría en el colegio de su hermana, el de los mayores -. Parecía que había acabado el curso. Debía ser el último día de curso, a las puertas del verano, cuando ya habían marchado todos los niños. Se escuchaba una conversación de las que habían sido sus profesoras a las que tanto había querido.

- Suerte que se ha ido ya. La verdad es que me ha costado mucho este curso con ese niño en la clase. No hacía más que rabiar a todos los demás. Egoísta hasta el peor de los extremos. Nunca dispuesto a dejar nada ni a ayudar en ninguna tarea. Con razón todos los niños se alejaban de él. No tuve modo de conseguir enseñarle lo que significa compartir, jugar en grupo, aprender de los demás, sonreír con los amigos, formar un equipo… si supiera cuántas cosas se ha perdido… Tengo miedo que Néstor nunca lo aprenda. Si sigue así, nunca tendrá amigos. Será uno de esos niños a quien arrinconan en el patio y que vive en su mundo interior totalmente ajeno a los amigos que nunca tendrá. Esa no será vida, eso será un infierno.

¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!! – gritó el pequeño Néstor de repente. Gritó con todas sus fuerzas y vio su grito reflejado en los immensos ojos de su Ave de Mil Colores. Éste le preguntó – ¿cómo quieres ser, Néstor? – Así Nooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo, sollozó Néstor.

Por un momento cerró los ojos y cuando los volvió a abrir se encontró empapado en sudor, dando vueltas y retorciéndose en su cama, gritando y llorando y había alguien a su lado. Era su hermana, Inés, que al oirle había saltado de la cama y le intentaba coger para calmarle. Lo consiguió. Le abrazó. Néstor calló y se calmó.

Aquel abrazo duró una eternidad.

Aún hoy dura.

Todo ha cambiado."

Fuente:Los Cuentos de Bastián





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